Ella era como el tiempo.
Suavizaba la piel hasta volverla transmisible.
Quizás el gesto bajo la ropa de un otoño
que no llegaba a quemar.
Quizás un rastro, como la sonrisa que se lanza
y en nadie queda.
Ella conocía la crueldad del terciopelo.
La intransigencia con la que se da ese beso
que se sabe no de vuelta.
Ella era la música;
el último eco cuando apagan la luz
y todavía se escurren por la pared
las últimas notas.
Ella era la única que bailaba el aire tras la túnica de su boca.
Túnica estrecha,
Que hiere y que agoniza las ganas.
Pero se sabe de seda, y sabe que hiere.
Ella era el único manantial de sed que necesitaba.
Ella era la única cárcel de carne.
Como las mareas,
vino con la única intención de dejar más sal en mis orillas.
De dejar más huellas
que ella misma se encargaría de limpiar.
Me preguntó solo una vez mi nombre
para bautizarme cada vez que la sangre hablara.
Me preguntó mis años
para saber cuánto tiempo había tenido para escapar de mí mismo.
Hay momentos en los que todo es abril
y nadie parece haber despertado.
Dime tú,
si acaso sigues siendo ese cíclope torpe que sólo olvida lo que gana.
si de pronto mi corazón, como granada adolescente, se abriera
y devorases mis pequeñas celdas magenta.
La locura siempre llama a deshoras y me pide más café.
Quiere hablarme al oído y viene descalza.
Hay momentos en el que todo se vuelve suave
y yo, solo un nenúfar de cera que espera la lluvia.
Hay momentos en los que todo es abril.
Y a veces llueve,
Y entonces, tú me mojas
Jesús Leirós León
Tercer Premio de Poesía
I Certamen Literario Universidad Popular de Almansa