I
Ceniza en los lápices, despierta en la cuartilla
la fobia del poeta al cómputo silábico,
a ahondar el andamio en la rima compacta
o en la vida asonante que dibujan las frases.
Si la estrofa se acopla a la forma del tiesto,
desliza sus raíces en el cono cerámico,
y el tallo ya se estira anclado cada día
sobre la tierra fértil, sobre la sombra inerte.
Ensaya el escritor diferentes injertos
en varios hemistiquios, acopla minucioso
variedades de prosa a la música oculta,
al ritmo, a la cadencia nocturna de la métrica.
Cada idea contiene una yema o sarmiento,
un vástago latente que puede prosperar
en la llanura inhóspita de un folio pegajoso,
en el valle humillado de las horas vulgares.
El poema recoge el vigor del fracaso,
se nutre de la bruma, acorrala en las comas
emociones y dramas, y retrata en la pátina,
el velo de inquietudes que cubre las palabras.
II
Intenta superar con su modesta pértiga
un verso endecasílabo que se eleva impasible,
altivo, desafiante, Y tropieza en la tilde
y derriba el listón que caerá en el foso.
Se atasca cuando afronta los once acentos vallas
y derriba las sílabas tónicas y los hiatos.
Hoy la meta requiere un esfuerzo difícil
para que el nuevo verso no cojee en el césped.
Si arroja las palabras como esferas de bronce,
como pesos metálicos que quiere distanciar
tal vez de su memoria, entonces los silencios
parecen esa tierra que recibe el impacto.
Los poetas ocupan las calles de la pista
y esperan el disparo que señale la métrica,
el tiempo de un poema en permanente fuga,
el record de una estrofa veloz en el cronómetro.
Cuando el estadio olímpico se recoge en un folio
la altura del soneto no se mide en centímetros
sino en una emoción inherente a las frases,
en la magia vigente durante generaciones.
Alejandro Rafael Alagón Ramón
Segundo Premio de Poesía
II Certamen Literario Universidad Popular de Almansa>p