Trapeciste

Estimado Monsieur Édouard Manet:


  Le escribo desde la esquina del lienzo al que me desterró en el momento de pintarme, olvidada frente a la presencia imponente de la burda camarera del primer plano. Quiero dejarle claro desde estas primeras líneas que no hablo tan sólo en mi nombre. Somos muchos los que hemos permanecido en silencio durante años, aguantando condiciones de vida que en otros momentos más justos de la historia habrían resultado inimaginables. Y somos ya tantos que no podemos resistir ni una afrenta más, ni una nueva amputación, ningún compañero más cercenado y guillotinado por sus pinceles o los de sus adláteres.

  Apoyando esta misiva de protesta está una compañía entera de bailarinas indignadas con su amigo E. Degas y su teóricamente moderna costumbre de cortarles la cabeza a la menor ocasión, mientras que a los músicos que amenizan las mismas veladas bien que los retrata con sus opulentos mostachos y sus mejillas a punto de reventar. También respaldan esta justa protesta un pelotón entero de guardias alemanes a caballo a quienes el presunto pintor Lautrec ha decidido decapitar, sin darse cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser un grupo de alemanes molestos e indignados, tengan o no la cabeza sobre los hombros. E incluso la célebre y admirada cantante Ivette Guilbert, tantas veces retratada en pinturas, dibujos o fotografías que muestran su belleza sin par, se ha interesado por nuestra protesta, disgustada como está por otro cartel del enano putero en el que se le amputa su encantadora cabeza sin motivo ni justificación alguna.

  ¿Desde cuándo se ha permitido este comportamiento en el tradicionalmente respetuoso mundo del arte? ¿En base a qué ideales la pintura moderna está degradándose hasta alcanzar límites que hace pocos años hubieran parecido inadmisibles? ¿Se imaginan ustedes, pretendidos defensores del noble arte de la pintura, a los antiguos maestros comportándose de esta manera y utilizando sus pinceles como si de afilados cuchillos se trataran? Mis compañeros y yo no podemos concebir a un David o un Ingres tratando a sus personajes con tamaña inquina y maldad. Ni siquiera Gericault o Delacroix hubieran llegado jamás a tanto, y aquellos sí que eran maestros modernos y no ustedes, pretenciosos profetas de lo novedoso y lo transgresor, defensores de la guillotina aplicada a lienzos y telas en lugar de a cuellos de delincuentes.

  Por todo lo anteriormente expuesto le comunico que, desde este preciso instante, queda oficialmente constituido el Sindicado de Víctimas de Arte Presuntamente Moderno, del cual soy y seré presidenta hasta que mis compañeros lo deseen. Ruego informe a sus compinches de cafés, salones e inauguraciones varias de la existencia de esta nuestra asociación, la cual velará por la defensa de los derechos de los personajes y protagonistas de todos y cada uno de los óleos, dibujos y estampas que se produzcan a partir de este momento. Nuestros objetivos y fines no se circunscribirán al ámbito parisino, ni tan siquiera francés, sino que aspiramos a poder proteger a cualquier afectado por esta plaga, sea cual sea su procedencia. Como máxima autoridad del Sindicato debo comunicarle, por último, que la creación de este ha sido la única alternativa que ustedes los pintores nos han dejado. Durante décadas hemos intentado llegar a un acuerdo, pero ni una sola de nuestras opiniones ha sido tenida en cuenta, por lo que llegados a este punto no dudaremos en emprender cualquier acción que creamos necesaria para la correcta defensa de nuestros intereses, entre las que se incluyen el cese de nuestra centenaria colaboración. Como parte integrante de aquello que hasta ese momento se ha venido en llamar arte de la pintura, esperamos sinceramente no tener que llegar a esos extremos, pues no somos capaces de imaginar lienzos sin personajes, pinturas sin relatos, un arte sin nosotros…


Atentamente, Katarina J.

Coda

En 1882 Édourd Manet pintó "El bar del Folies-Bergère", considerada como su última gran obra maestra. Pese a que todas las miradas suelen concentrarse en la figura central de la camarera Suzon, en la esquina superior izquierda del lienzo aparecen las piernas de una trapecista a la que algunos han identificado como la estadounidense Katarina Jhons. Desde fuera del lienzo sus manos invisibles escribieron esta carta a quien había decidido su destierro.


Oscar Juan Martínez García

Segundo Premio de Relato Breve

III Certamen Literario Universidad Popular de Almansa