La primicia

No sé por qué esperé tanto tiempo para contarlo. Ni por qué lo hice en la cena de Nochebuena, delante de toda mi familia. Tendría que haberlo dicho quince años antes. En fin, supongo que más vale tarde que nunca.

Creo que fue al terminarme el plato de langostinos. Brotó algo en mi interior. Creo que era mi conciencia, aletargada durante años. Menudo momento. Empecé a sudar y me impacienté. Supe que lo tenía que soltar. Lo iba a contar. Mi tío Emilio fue el primero en percatarse.

-¡Paco! ¡Estás pálido! ¿No te ha sentado bien el marisco?

Tosí un par de veces y agité sutilmente la mano, para tranquilizar a mi tío.

-Cariño, estás sudando -dijo mi madre-. Quizá has bebido demasiado cava.

No me salían las palabras. Llevaba diez minutos sin hablar. Comencé a ser el blanco de todas las miradas.

-¿Alguien quiere postre? Hay tarta de manzana –anunció mi hermana.

Después del postre nos levantaríamos de la mesa. Si lo contaba debía ser antes de terminar la tarta. Mi tía Cecilia era la única que no comía. Se había girado para ver la tele. Yo fui el primero en terminar mi trozo. Entonces hablé.

-Os quiero contar algo…

Mi tía había subido el volumen de la tele y mis sobrinos hablaban a gritos. Sólo mi hermana pareció escucharme. Levantó la mirada del plato y después continuó comiendo.

-¡Os tengo que contar algo! ¡Coño!

Ahora sí. Ya era el centro de atención. Diez, nueve, ocho… Todos me están mirando. Siete, seis, cinco… Mi madre me clava la mirada. Cuatro, tres, dos… El mayor de mis sobrinos me graba con el móvil. Uno y cero.

-¡Soy gay!

Mi tío Emilio esputó un pedazo de tarta y quedó en mitad de la mesa, deshecho y ensalivado.

-¡Jo, qué asco! –exclamó mi sobrino mayor, mientras grababa el trozo con su móvil.

Mi tía Cecilia se giró de nuevo hacia la mesa. Hacia mí. Me miraba. Me analizaba. ¿Sonreía? Nadie se atrevía a hablar.

-Pues ya está. Ya lo he dicho. Soy gay. ¿Alguien me alcanza otro trozo de tarta, por favor?

-Mira, hijo –habló mi madre-. Yo ya lo sabía. Una madre sabe estas cosas. Ya iba siendo hora de que salieras del armario. Además, no eres el único. A tu padre también le atraen los hombres.

Mi hermana echó el cava por la nariz.

-¿Papá es gay? –dijo ella.

-Un momento, nadie ha dicho que yo sea gay –aclaró mi padre-. Vuestra madre se refiere a que me gustan los hombres. Pero también las mujeres.

-¿Eres bisexual? –le preguntó su hermano, mi tío.

-Mamá, ¿qué es ser gay? ¿Puedo ser gay yo también? – hablaba mi sobrino pequeño.

Mi tía Cecilia por fin abrió la boca para decir algo.

-Pues ya que estamos, yo también soy bisexual.

Mi tío se giró bruscamente hacia ella, con los ojos desorbitados.

-¿Te gustan las mujeres, cariño?

Entonces mi madre, algo embriagada, confesó.

-¡Y yo! ¡Y me acosté con mi cuñada Cecilia hace cuarenta años!

Tras un largo silencio, se escuchó un clic. Mi sobrino mayor había cesado de grabar. A continuación comenzó a enviar el video a todos sus contactos.

-¡Pues nada! ¿Alguien quiere café? –preguntó mi madre.


La reunión familiar se redirigió y olvidamos aquella conversación. Al menos de momento. Todo se había desarrollado de forma natural. Aunque hubo una persona en la mesa que, a mi parecer, estuvo incómoda durante la charla. Permaneció un buen rato sin hablar. Callada, cabizbaja. La observé en todo momento por el rabillo del ojo. No suelo ser muy perspicaz, pero creo que a mi mujer no le agradó demasiado mi primicia.



José Miguel García Navarro

I Mención Especial de Relato Breve

III Certamen Literario Universidad Popular de Almansa